
Son las 12 de la noche, llueve y hace frío en la agonía del domingo. Hace un frío que uno ni se levanta para ir al baño a hacer pis porque le agarra un chiflete -igual no es mi caso, yo estoy re entretenida escribiendo y cambiándole los colorcitos al blog mientras mi vejiga me hace un juicio por abandono-.
El Tano juega al "Tano Raider", me cuenta. Dice que es una versión de él en un juego... y le queda poca vida pero muchas balas. Hizo mención de esa ironía y pienso que le gustan tanto las ironías como a mí, y que por eso no deja de jugar. Me doy rienda suelta a pensar en la poca vida y las balas como una metáfora. ¿Metáfora de qué? De la realidad, de la vida misma.
Yo no sé si tengo poca vida -entiéndase entusiasmo, ganas de vivir- y creo que tampoco muchas balas -no vendrían a ser para sacarle la vida a los demás, sino que representan... las chances-. ¿Será a la inversa lo mío? ¿Mucha vida y pocas balas?
En el juego, por lógica, es igual de factible terminar con poca vida y muchas balas o viceversa. Me atrevo a decir que en la realidad también es así. Pero ojo... hay una diferencia: a lo largo de nuestras vidas podemos revertir nuestra situación o neutralizarla un millón de veces -como cuando agarrás uno de esos cositos con la cruz roja o encontrás un arma- y nadie puede cagarnos a tiros para evitarlo... eh... generalmente.
¿Seguirá jugando el Tano?